"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos" | SURda |
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23-02-2012 |
El batllismo y la izquierda actual
En “Batlle y Ordóñez: apogeo de la democracia burguesa. Del batllismo relegado al reformismo renacido” (ARCA, 2011) desarrollamos los orígenes, el auge y la declinación del batllismo, concluyendo que ha quedado históricamente relegado y que no volverá a ser protagonista relevante. En el último artículo de esta columna “ De aquella oposición chiche bombón a la de hoy” (11 -I) sostenemos que hoy toda la oposición de derecha es reaccionaria, alejada de la mentalidad progresista del batllismo. En concordancia con dicha valoración la prensa ha informado que un destacado dirigente juvenil, partícipe de la campaña por la anulación de la Ley de Caducidad, ha resuelto incorporarse al Frente Amplio, abandonando el Partido Colorado, para ser coherente con su pensamiento avanzado. Tal decisión saludable nos reafirma la convicción que el pensamiento batllista no tiene otro canal de realización que el F. Amplio. Sirva este hecho para ubicar al batllismo como fenómeno analizado por la izquierda (antisistémica, anticapitalista) y para destacar aportes y -para no repetirlas- sus limitaciones.
Las décadas del 50 y del 60 son de agudo debate. En 1955 el joven Vivian Trías (1922-1980) escribe “Raíces, apogeo y frustración de la burguesía nacional” ( “Nuestro Tiempo”, números 3 y 5). Formula un “Esquema para una teoría del desarrollo capitalista en los países dependientes”. Expone que la subordinación de los países periféricos a los centros imperialistas, explica la frustración de sus revoluciones burguesas. La base de su análisis son el Kuoming-tang chino, el Partido de la Revolución Mexicana y el Partido Radical argentino y señala un proceso pautado en cuatro tiempos: “1o) lucha y triunfo sobre la oligarquía semifeudal y aliada del imperialismo; 2o) gobierno expansivo con aplicación de los programas revolucionarios y la obtención de importantes éxitos; 3º) estancamiento y crisis interior y 4º) fracaso, regresión y corrupción.” Este proceso obedecería a que “las burguesías nativas son hechuras y en última instancia, instrumentos del imperialismo” y a que también “se dinamizan tras el norte de su clase: los índices de ganancia”. Trías busca fundamentar que las burguesías “nacionales” no poseen rol revolucionario. Por eso tras la crisis de 1929 estima que el batllismo (como esos otros partidos) “paraliza su afán creador” , después que alcanza “el ápice de su capacidad creadora” entre 1911-1915 . Rodney Arismendi empeñado, por el contrario, en demostrar equivocadamente el rol progresista que le cabría a la “burguesía nacional”, sí acierta al criticar el planteo de Trías que “para poder llegar al radicalismo aparente de su actual valoración del papel de la burguesía nacional, se ve obligado a magnificar las proyecciones revolucionarias de la actuación pretérita de esa clase …” ( “Acerca del papel de la burguesía nacional en la lucha antiimperialista”, en “Problemas de la Paz y del Socialismo”, Praga. 1959).
En verdad, el batllismo, poseedor de una concepción liberal burguesa avanzada, en ningún momento es revolucionario, como tampoco lo es ninguna capa de la burguesía uruguaya. Sin embargo, aunque sus gobiernos no alteran las estructuras de dominación y tan solo se limitan a dar cuerda al reloj nacional mediante reformas que hacen más llevadero al sistema capitalista dominante, adoptan medidas destacables junto a otras negativas.
Señalemos algunas en relación a la política económica. Promueve la industrialización, mediante el proteccionismo aduanero, leyes de privilegios industriales y fiscales en franquicias a materias primas y máquinas y de preferencia estatal para las compras a empresas uruguayas. No le incomodan los capitales extranjeros, pero considera positivo el capital que viene acompañado por su dueño, poniendo objeciones en algunos otros casos. La industrialización beneficia la sustitución de importaciones, evita el drenaje del oro, pero se limita a las industrias livianas, dependientes de la maquinaria extranjera. Al no ampliarse el mercado consumidor mediante una reforma agraria y poblar la campaña, la ganancia empresarial se consigue por el encarecimiento de los precios de venta, y permite que se amasen enormes fortunas a expensas de la población que paga, mientras los capitales extranjeros –disfrazados con la etiqueta nacional- también son protegidos por el Estado, que subsidiará durante años la falta de inversión y la ineficiencia. El batllismo, aunque no es quien inicia el proteccionismo y las nacionalizaciones, los consolida, nacionalizando resortes básicos para el desarrollo capitalista autóctono como el crédito y los servicios públicos. Nacionaliza por completo el Banco de la República (1911), el Banco Hipotecario (1911), crea el Banco de Seguros del Estado (1911), tiene el monopolio del cabotaje nacional, de las Usinas Eléctricas del Estado (1912), y tardíamente crea el Frigorífico Nacional (1828), ANCAP (1931) y AFE (1947). El Plan de Obras Públicas es un jalón sobresaliente de su política, señalándose especialmente constructivo el período 1904-1929. Crítico del endeudamiento externo durante el siglo XIX, el batllismo admite el endeudamiento orientado al desarrollo económico-social. En parte paga la deuda con el cobro de impuestos elevados al consumo. Pero con serios problemas para obtener fondos (la burguesía uruguaya invierte en especulación inmobiliaria o en gastos suntuosos, pero no financia proyectos de desarrollo, en tanto el latifundio permanece como “barrera horizontal” según Frugoni), el “avancismo” acunado en la burguesía, termina maniatado por la especulación de los capitales nacionales y finalmente del norteamericano (1915). Si eso le sucede al batllismo en tiempos en que el capitalismo de empresa tenía relativa autonomía a pesar del dominio monopolístico, la afirmación actual de una verdadera “oligarquía” mundial (con el Club de Bilderberg o Gobierno Mundial, denunciado por Fidel) convierte en ingenuos o suicidas a quienes confían todavía en la potencialidad creativa del capitalismo “sano”.
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